Después de tantos años, conocen muy bien en qué lugar les conviene pasar la noche. Rara vez se decantan por el albergue; tan solo si el tiempo inclemente amenaza de mala manera, o si alguno de los dos se encuentra muy enfermo. No lo han jurado por escrito ni con palabras (cuidarán siempre el uno del otro, en lo bueno y en lo malo, en la riqueza, que saben que no habrá, y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad... hasta que la muerte los separe), pero con sus miradas se entienden y esas son más válidas que cualquier papel firmado, incluso más que un juramento de sangre. Prefieren dormirse mirándose a los ojos, da igual el rincón de la ciudad, el parque o el puente; mañana será otro día y así, día tras día, viven sus vidas tal y como lo han elegido.