Su madre siempre se lo decía, pero él nunca le hacía caso. La verdad es que nada le importaba, sólo él mismo, nada más. La mentira era su palabra cuando quería conseguir algo y de otra manera no se lo consentían.
Dicho y hecho.
Dicho y hecho.
Ya.
Ahora.
Y si solamente vislumbraba que le iban a poner trabas, no necesitaba pensar mucho: soltaba cualquier cosa y tan bien lo hacía que, al final, lograba lo que quería. Ya no era consentirle, se ganaba todo a base de engaños. Cuando los demás se daban cuenta, ya era tarde. Pero él había conseguido lo que buscaba.
Ni el tiempo había sido capaz de hacerle cambiar de actitud. Iban pasando los años, la vida, pero su comportamiento en nada variaba.
¿Qué le solía decir su madre? Ni se acordaba; literalmente todo le entraba por un oído, y le salía por el otro.
Acostumbrado como estaba a ser el rey de la casa, del trabajo, del grupo (el tiempo que le aguantaban), su matrimonio no aportó nada nuevo, y ella un día se hartó y dejó de hacerle caso. Él veía cómo las mentiras y los engaños ya no surtían el efecto deseado, cómo ella pasaba olímpicamente de sus reclamos y caprichos y, lo que más le dolía, cómo su esposa comenzaba a ser más feliz cuanto más lo ignoraba a él.
¡Amigo! Eso sí le llegó al alma. Que él no consiguiera algo alguna vez, podía pasar; pero, que los que le rodeaban fuesen felices y él no, le carcomía por dentro. Pensó en separarse, entonces se imaginó que la simple idea haría que ella pudiera tener la esperanza de un futuro mejor. Y para él iba a ser complicado encontrar a alguien que aguantase sus caprichos; creía haberla manipulado y convertido en la “esclava” que él quería, y tan solo el pensar en volver a empezar de cero el “adiestramiento” con otra ya le daba dolor de cabeza. Además, iba viendo como todos, hasta su madre, se le habían ido alejando... Así que decidió no esperar más y le gritó: “si sigues en ese plan ¡no quiero volver a verte!” De repente, algo así como una nube se le metió delante de los ojos mientras observaba cómo ella hacía su maleta y tarareaba feliz un tango:
“Que el mundo fue y será
Y si solamente vislumbraba que le iban a poner trabas, no necesitaba pensar mucho: soltaba cualquier cosa y tan bien lo hacía que, al final, lograba lo que quería. Ya no era consentirle, se ganaba todo a base de engaños. Cuando los demás se daban cuenta, ya era tarde. Pero él había conseguido lo que buscaba.
Ni el tiempo había sido capaz de hacerle cambiar de actitud. Iban pasando los años, la vida, pero su comportamiento en nada variaba.
¿Qué le solía decir su madre? Ni se acordaba; literalmente todo le entraba por un oído, y le salía por el otro.
Acostumbrado como estaba a ser el rey de la casa, del trabajo, del grupo (el tiempo que le aguantaban), su matrimonio no aportó nada nuevo, y ella un día se hartó y dejó de hacerle caso. Él veía cómo las mentiras y los engaños ya no surtían el efecto deseado, cómo ella pasaba olímpicamente de sus reclamos y caprichos y, lo que más le dolía, cómo su esposa comenzaba a ser más feliz cuanto más lo ignoraba a él.
¡Amigo! Eso sí le llegó al alma. Que él no consiguiera algo alguna vez, podía pasar; pero, que los que le rodeaban fuesen felices y él no, le carcomía por dentro. Pensó en separarse, entonces se imaginó que la simple idea haría que ella pudiera tener la esperanza de un futuro mejor. Y para él iba a ser complicado encontrar a alguien que aguantase sus caprichos; creía haberla manipulado y convertido en la “esclava” que él quería, y tan solo el pensar en volver a empezar de cero el “adiestramiento” con otra ya le daba dolor de cabeza. Además, iba viendo como todos, hasta su madre, se le habían ido alejando... Así que decidió no esperar más y le gritó: “si sigues en ese plan ¡no quiero volver a verte!” De repente, algo así como una nube se le metió delante de los ojos mientras observaba cómo ella hacía su maleta y tarareaba feliz un tango:
“Que el mundo fue y será
una porquería, ya lo sé.
En el quinientos seis
y en el dos mil, también...”
Antes de que el tango acabase, ella se había marchado y él se había quedado ciego.
Aquella tarde cambiaron las cosas y sí recordó la sentencia que nunca había querido escuchar; siempre su madre le decía: “ten cuidado con lo que deseas, que igual se puede cumplir”.
En el quinientos seis
y en el dos mil, también...”
Antes de que el tango acabase, ella se había marchado y él se había quedado ciego.
Aquella tarde cambiaron las cosas y sí recordó la sentencia que nunca había querido escuchar; siempre su madre le decía: “ten cuidado con lo que deseas, que igual se puede cumplir”.
Hola amigos:
ResponderEliminarAl final, resulta que convertí a la tía Eva en "La novia en la boda" (seguro que estará contenta, je). Quiero agradecer todas vuestras visitas y comentarios, en el post y en todo el blog.
Hoy os presento un nuevo post "Cambalache", a ritmo de tango. No es necesario saber bailar: con leer llega, y os invito a leerlo.
Un abrazo a todos en esta última quincena del año.
Biquiños.
Carmen.
muchas veces el amor para algunos es así, poder tener a alguien cerca a quien torturar psicológicamente todos los días, casi sin escape. me alegro que en este caso haya habido una salida. un beso.
ResponderEliminarMe diò miedo que esto terminara con violencia de gènero, al final se acaba el amor pero èl la deja marchar.Y ahora tendrà la soledad que no desea pero que serà su buena amiga.Como siempre Carmen tienes unas entradas de los mas genial.
ResponderEliminarun fuerte abrazo
fus
Carmen, duro relato con un final aún más duro. Nadie se merece tal castigo, lo mismo que nadie se merece tener a los que le rodean a su servicio. Lo mejor es algo intermedio, vivir y dejar vivir.
ResponderEliminarMe gustó.
Bessets.
La imposibilidad de ser feliz es una desgracia como ser manco, ciego o padecer una enfermedad. Si acaso es más triste por no tener un causalidad tan visible como las otras.
ResponderEliminarHay mucha gente sola en la vida. Todos desgraciados.
Un saludo.
Hola, vengo a saludarte y decirte que me ha gustado mucho este relato.Por desgracia existen muchas personas así, pero este tuvo su merecido.
ResponderEliminarTú lo describes de forma magistral, un abrazo.
¡Pero el el siglo xx todo fue un despliegue de maldad insolente... Y algunas "tienen esa suerte, y muchos ese final",
ResponderEliminarTu relato , conciso ,incisivo y concluyente, lleva tu impronta , y tu hermoso estilo.
Un beso
a ritmo de tango el Edipo se puso ciego.
ResponderEliminarBuen relato, Carmen
saludos blogueros
Un castigo demasiado duro, como dijeron antes, pero creo que lo que se rescata es el valor simbólico.
ResponderEliminarUn beso enorme.
HD
jajaja
ResponderEliminarEspero que no sea mi caso, por suerte, no hay edipo y si novia que lo adora.
Buen relato.
Un abrazo grande Carmen.
Mentira y egolatría hipertrofiada, conozco esa fusión y siempre acaba mal.
ResponderEliminarMi abuelo siempre decía que uno recoge lo que siembra, si patatas, patatas; si maíz, maíz, si egoísmo, egoísmo; si desamor, desamor.
Un relato hiperrealista.
Un abrazo,
La vida por suerte siempre gira...y esta gente que viven de la mentira y lo consideran como una parte esencial a la hora de hacer y deshacer,,,,,les estan bien empleado que saquen a flote sus verguenzas...la mentira tiene las patas muy cortas,,,y lo que das es lo que recibiras...ya que la energia que has brindado a los demas..se ponen en su contra..el efecto boomerang existe...creeme....un besote.
ResponderEliminarDuro final, pero el merecido.
ResponderEliminarBicos.
Buen relato, Carmen
ResponderEliminarAprovecho que desearte Feliz Navidad.
Un abrazo
OLÁ CARMEM
ResponderEliminarVIM LHE VISITAR
E DIZER QUE GOSTO DO VOSSO BLOG
A VISITAREI OUTRAS VEZES
BRUNO
He disfrutado esta entrada, sobre todo me gustó el final, inesperado e ingenioso.
ResponderEliminarSaludos Carmen :)