Toniño, “o ferrador”, estaba harto de la situación. Al menos una vez al mes, casi siempre en luna nueva, se encontraba con que le habían robado las velas que tenía para vender en el ultramarinos (el único negocio del pequeño pueblo). No sabía quién podía ser el ladrón y solamente se le ocurría pensar en Damián, el sacristán; “¡ese rapaz é o demo!”, todos lo decían y echaban pestes contra el cura por haberlo elegido para tales labores; la verdad es que aparte de media docena de viejas, unos cuantos matrimonios ya jubilados, Toniño y su mujer, no había más habitantes en el lugar que Damián (nieto de doña Eulalia, al que ni sus padres lo aguantaban y lo mandaron “de vacaciones definitivas” para casa de la abuela) y Ramón, “o tolo”, así que el cura no había tenido otra opción.
“O ferrador” imaginaba que el Damián robaba las velas para llevarlas a la iglesia y comprarse tabaco con el dinero que el cura le daba para pagar las velas. Pero no era Toniño de esos que iban a las misas; “¡cando morra!”, le decía a su mujer si ésta le recriminaba que nunca se acercase por la iglesia. Así que tampoco podía estar seguro de que sus velas estuvieran allí.
Una noche de luna nueva decidió esconderse en el almacén y vigilar. Su intención era pillar in fraganti al Damián, aunque tampoco sabía cómo hacía el chaval para entrar sin forzar puertas o ventanas. Se sentó al fondo de las estanterías y esperó. Le entraba el sueño, se le cerraban los ojos; ya se lo esperaba y se había llevado un termo con café y un buen chorro de caña pensando que le ayudaría a mantenerse despierto. Las horas pasaban; cuando ya no podía ni con su alma y estaba a punto de rendirse a los designios de Morfeo, una luz, que no sabía decir de dónde había salido, iluminó la parte delantera del almacén. Varias figuras fantasmagóricas vestidas con túnicas blancas y capuchas tapándoles lo que debía ser el lugar de la cabeza, si es que fueran humanos, se movían como Perico por su casa y metían las velas del estante en las anchas mangas de rus ropajes. En medio de ellos reconoció a Ramón, pero estaba como hipnotizado; llevaba en una mano una vela encendida y, en la otra, un caldero extraño. A Ramón, “o tolo” hacía tiempo que se le veía muy delgado, casi en los huesos, con la mirada perdida; pero ahora que estaba en medio de aquellas “ánimas” (no podían ser humanos, imposible, tenían que ser almas errantes de muertos del año del catapum) Toniño empezó a entender lo que estaba pasando.
“O ferrador” apuró el café con caña que le quedaba en el termo, no se podía creer lo que estaba viendo, pero tampoco se atrevía a decir ni mu. Las “ánimas” iban de un lado a otro, como quien espera a álguien; alguna le hacía burla al pobre de Ramón, que apampanado como estaba no se enteraba de nada; otra se puso a jugar: doblaba las rodillas y de repente, como un resorte, saltaba y flotaba hasta salirse por el techo, atravesándolo como si allí no hubiera nada; luego bajaba hasta el suelo y repetía la pirueta. En un momento, una de ellas comenzó a gesticular como si percibiera un fuerte olor “aquí huele a vivo...”, y empezó a recorrer el almacén siguiendo su olfato. Toniño se había quedado tan blanco como las túnicas de las “ánimas” y tieso como una piedra, apenas respiraba; pensó que había llegado su final cuando aquel fantasma se le acercó tanto que pudo verle bajo la capucha su “cara”: una calavera con pinta de enfadada. Sus esfínteres se abrieron y vaciaron lo que retenían, pero el “ánima” dejó de oler porque justamente en ese momento apareció otra figura como aquellas y todas, excepto Ramón, se dirigieron hacia ella. “¿Se puede saber en dónde te habías metido?”, preguntó el “ánima” enfadada a la que acababa de llegar, “llevamos media hora de retraso... ¿qué te ha pasado en la túnica?, ¡sabes que hay que ir impecables en la procesión cada noche!”. “Es que fuí a mirar en el tablón de la iglesia a ver si habían puesto más misas por los difuntos, ¡pero el demonio del sacristán me vio y me tiró encima un enorme gato negro con las uñas afiladas...!” “¡Vaya! Ése ya se nos ha escapado; tendremos que seguir con Ramón hasta encontrar a otro para sustituirlo..; venga, vámonos que al loco éste poco le queda y necesitamos otro pringado para pasado mañana”. El “ánima” de los malabarismos pegó otro brinco y desde lo alto gritó “¡pues vamos a casa de una de las viejas!”.
La mujer de Toniño se lo encontró por la mañana tirado en el suelo del almacén, rodeado de sus líquidos y sólidos corporales internos que el susto le había hecho expulsar aquella noche. Cuando recuperó la consciencia sólo acertaba a decir “¡o tolo, o tolo..!”. La mujer de Toniño pensó que su esposo estaba culpando a Ramón del robo de las velas. O ferrador salió corriendo hacia la casa de aquel y se lo encontró tendido en el pajar; el médico no supo decir de qué había fallecido, así que, para no complicarse la vida, anotó “muerte natural”; total, “o tolo” ya tenía casi ochenta años...
Una semana después, una de las viejas enfermó. Cada vez más palida y delgada, otra vez el médico se preparaba para cubrir otro parte de esos de “muerte natural”. Toniño sabía que no era así, pero aquella experiencia lo dejó mudo y algo “tocado”. Ahora es su mujer la que regenta el ultramarinos y cada mes se da cuenta de que desaparecen las velas; pero no intenta averiguar nada, bastante tiene con cuidar de Toniño, que se pasa las horas sentado en un rincón, haciendo dibujos extraños y en los que siempre escribe “A Santa Compaña”, pero ya nadie entiende ni su letra ni su mirada.
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Información sobre la leyenda de la Santa Compaña: http://www.twakan.com/numero13/Mitos13.htm
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“O ferrador” imaginaba que el Damián robaba las velas para llevarlas a la iglesia y comprarse tabaco con el dinero que el cura le daba para pagar las velas. Pero no era Toniño de esos que iban a las misas; “¡cando morra!”, le decía a su mujer si ésta le recriminaba que nunca se acercase por la iglesia. Así que tampoco podía estar seguro de que sus velas estuvieran allí.
Una noche de luna nueva decidió esconderse en el almacén y vigilar. Su intención era pillar in fraganti al Damián, aunque tampoco sabía cómo hacía el chaval para entrar sin forzar puertas o ventanas. Se sentó al fondo de las estanterías y esperó. Le entraba el sueño, se le cerraban los ojos; ya se lo esperaba y se había llevado un termo con café y un buen chorro de caña pensando que le ayudaría a mantenerse despierto. Las horas pasaban; cuando ya no podía ni con su alma y estaba a punto de rendirse a los designios de Morfeo, una luz, que no sabía decir de dónde había salido, iluminó la parte delantera del almacén. Varias figuras fantasmagóricas vestidas con túnicas blancas y capuchas tapándoles lo que debía ser el lugar de la cabeza, si es que fueran humanos, se movían como Perico por su casa y metían las velas del estante en las anchas mangas de rus ropajes. En medio de ellos reconoció a Ramón, pero estaba como hipnotizado; llevaba en una mano una vela encendida y, en la otra, un caldero extraño. A Ramón, “o tolo” hacía tiempo que se le veía muy delgado, casi en los huesos, con la mirada perdida; pero ahora que estaba en medio de aquellas “ánimas” (no podían ser humanos, imposible, tenían que ser almas errantes de muertos del año del catapum) Toniño empezó a entender lo que estaba pasando.
“O ferrador” apuró el café con caña que le quedaba en el termo, no se podía creer lo que estaba viendo, pero tampoco se atrevía a decir ni mu. Las “ánimas” iban de un lado a otro, como quien espera a álguien; alguna le hacía burla al pobre de Ramón, que apampanado como estaba no se enteraba de nada; otra se puso a jugar: doblaba las rodillas y de repente, como un resorte, saltaba y flotaba hasta salirse por el techo, atravesándolo como si allí no hubiera nada; luego bajaba hasta el suelo y repetía la pirueta. En un momento, una de ellas comenzó a gesticular como si percibiera un fuerte olor “aquí huele a vivo...”, y empezó a recorrer el almacén siguiendo su olfato. Toniño se había quedado tan blanco como las túnicas de las “ánimas” y tieso como una piedra, apenas respiraba; pensó que había llegado su final cuando aquel fantasma se le acercó tanto que pudo verle bajo la capucha su “cara”: una calavera con pinta de enfadada. Sus esfínteres se abrieron y vaciaron lo que retenían, pero el “ánima” dejó de oler porque justamente en ese momento apareció otra figura como aquellas y todas, excepto Ramón, se dirigieron hacia ella. “¿Se puede saber en dónde te habías metido?”, preguntó el “ánima” enfadada a la que acababa de llegar, “llevamos media hora de retraso... ¿qué te ha pasado en la túnica?, ¡sabes que hay que ir impecables en la procesión cada noche!”. “Es que fuí a mirar en el tablón de la iglesia a ver si habían puesto más misas por los difuntos, ¡pero el demonio del sacristán me vio y me tiró encima un enorme gato negro con las uñas afiladas...!” “¡Vaya! Ése ya se nos ha escapado; tendremos que seguir con Ramón hasta encontrar a otro para sustituirlo..; venga, vámonos que al loco éste poco le queda y necesitamos otro pringado para pasado mañana”. El “ánima” de los malabarismos pegó otro brinco y desde lo alto gritó “¡pues vamos a casa de una de las viejas!”.
La mujer de Toniño se lo encontró por la mañana tirado en el suelo del almacén, rodeado de sus líquidos y sólidos corporales internos que el susto le había hecho expulsar aquella noche. Cuando recuperó la consciencia sólo acertaba a decir “¡o tolo, o tolo..!”. La mujer de Toniño pensó que su esposo estaba culpando a Ramón del robo de las velas. O ferrador salió corriendo hacia la casa de aquel y se lo encontró tendido en el pajar; el médico no supo decir de qué había fallecido, así que, para no complicarse la vida, anotó “muerte natural”; total, “o tolo” ya tenía casi ochenta años...
Una semana después, una de las viejas enfermó. Cada vez más palida y delgada, otra vez el médico se preparaba para cubrir otro parte de esos de “muerte natural”. Toniño sabía que no era así, pero aquella experiencia lo dejó mudo y algo “tocado”. Ahora es su mujer la que regenta el ultramarinos y cada mes se da cuenta de que desaparecen las velas; pero no intenta averiguar nada, bastante tiene con cuidar de Toniño, que se pasa las horas sentado en un rincón, haciendo dibujos extraños y en los que siempre escribe “A Santa Compaña”, pero ya nadie entiende ni su letra ni su mirada.
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Información sobre la leyenda de la Santa Compaña: http://www.twakan.com/numero13/Mitos13.htm
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Hola lectores y amigos.
ResponderEliminarGracias por vuestras visitas y los comentarios en "Reductos Feudales", aunque me haya reservado una parte de la historia.
La historia y las leyendas suelen ir agarradas de las manos. Os invito a descubrirlo en "Ánimas", el nuevo post de Meiga Noite de Lúa.
Un abrazo.
Carmen.
En ese pueblo que se conocen todos por lo pequeño que es, parece que vive mas gentes que da miedo. Y si deberemos cuidarnos, de los infiernos.
ResponderEliminarUn abrazo Carmen!
no culpo a toñino por haberse quedado medio lelo debido a la experiencia; tampoco por no decir nada y estar mudo, ya que su mujer se lo atribuiría al licor de caña. ¡pobre! menos mal que hay gente mayor y de edad avanzada antes que él, así que esperar la visita de aquellas divertidas ánimas, tomará algún tiempo. besos.
ResponderEliminarDraco, según la la leyenda, a la Santa Compaña no le importa en absoluto la edad de quien se encuentran por delante. Si curioseas en el link que acabo de poner te darás cuenta de muchos detalles.
ResponderEliminarCecy, la historia sale de una leyenda. Como se suele decir aquí en Galicia, "non creo nelas, pero habelas, hainas" ("no creo en ellas, pero sí que las hay"; aunque el refrán se refiere a las meigas, también se aplica a la Santa Compaña y otras leyendas gallegas)
¡Biquiños!
Menos mal que en las ciudades no pasan estas cosas. Las ánimas y demás seres de las leyendas sólo viven en pueblecitos pequeños y montañosos, por qué será? jejejeje
ResponderEliminarTe imaginas a la santa compaña subiendo y bajando en el ascensor de un edificio de 20 plantas?
Kassio, ¡creo que en las ciudades hay cosas mucho peores que la Santa Compaña!
ResponderEliminarNo sé si habías leído el post "En nada". Aquella historia que también la menciona me fue relatada como real, y por diferentes personas de la familia, en distintos momentos, sin saber unos que ya otros me lo habían contado. A veces el "haberlas hainas" no lo podemos dejar tirado en la papelera.
¡Biquiños!
Passei para dar-lhe um grande abraço!
ResponderEliminarNo sabía que la santa compaña andaba escasa de provisiones, será cosa de la crisis, oye, fenomenal el cuento, muy entretenido, el año pasado fuí al camiño (que original) y fui enterado de que hacer si me cruzaba con la compaña, por si acaso.
ResponderEliminarUn beso
Parece que para las ánimas también existe la crisis. Suerte que solo las alimentan las velas, que son baratas.
ResponderEliminarUn abrazo Carmen
muy bien recreado ese ambiente mistérico y un punto tenebroso, mejor dicho del todo tenebroso: pobre Toniño, cómo quedó.
ResponderEliminarsaludos blogueros. Y gracias, Carmen
Pues si que da un poco de miedo.
ResponderEliminarMis felicitaciones!!!
infinitas gracias por concedernos tan misterioso y mágico relato bella escritora, muchos besinos de esta amiga admiradora que te desea feliz inicio de semana
ResponderEliminarP.D. habeilas hailas .
Estos relatos me dan un poco de friki leerlos porque en los insomnios recuerdo lo que leí y menos duermo.
ResponderEliminarEste de las ánimas me dejan un poco asustada porque yo creo que si andan apareciéndose por las noches a la gente.
:(
¿Dónde se traza la línea Realidad susto Ficción? Llevaré su compaña hacia mi reflexión ¿por qué las ánimas tendrían que vestirse para hacer daño, si con el susto uno se quedará seco? Relato para dejar los pelos de punta.
ResponderEliminarhttp://enfugayremolino.blogspot.com/
Ya casi buenos días, me retiro a descansar, gracias por quedarte a mi lado.
ResponderEliminarTe leo mañana con los ojos descansados ¿Vale?
Un beso de ternura
Sor.Cecilia
Me ha encantado este relato, de verdad me quedo sin palabras por tu talento, tienes mucho talento y te lo aplaudo, te reitero que me fascinó.
ResponderEliminarUna artista conocida mía hizo un grabado, tenía pensado trazar no se que cosa, pero erró y su trabajo resultó en algo abstracto, y para mi eran ánimas, quedaría perfecto ese cuadro para tu historia, tu imagen es buena, solo me vino a la mente esto que te comento.
Saludos
Hola Carmen, me ha parecido mas que interesante el relato.Pobre Toniño.
ResponderEliminarFelicidades.
Abrazos.
¡Grande, Carmen! Nos has intrigado, hemos vivido el deambular de las ánimas y hemos "olido" las expulsiones del pobre Toniño.
ResponderEliminarNo ha faltado nada... ¡Sólo las velas que se llevaron del almacén! jaja!! MUY bueno!!! Besos !!!
Hola Carmen! gracias por dejarte querer, no se encuentra gente auténtica como tú todos los días...SABES?? SI NOS CONOCIERAMOS PERSONALMENTE SEREÍAMOS MUY BUENAS AMIGAS.
ResponderEliminarMe tengo que retirar, ésto me roba mucho tiempo que ahora necesito, al final te vas creando unos compromisos, que yo no puedo atender...no te voy a negar que en mi blog he conocido gente personalmente que han terminado siendo de mis mejores amigos.
si volviera con éstE u otro blog te lo haria saber, aunque lo sabrías por ti sola....no sé, decirte que fue un placer.
CUÍDATEME MUCHO...BESOSBESOSMILBESOS
PD. no dejes de escribir núnca eres una escritora y debería saberlo el mundo
Me hizo recordar muchas historias (y no tan historias) que solían contar en mi ciudad natal. Allí robaban velas de una especie de altar que se erguía para los marineros que salían a pescar. Pero luego comenzaron a sustituirlas por velas de colores y con formas, la cuestión es que todo se correspondía con los rituales de una religión que prefiero no nombrar.
ResponderEliminarEn síntesis, me has hecho volver a mi infancia... y a esos momentos no tan alegres.
Un beso enorme.
HD
A mis lectores y amigos en Buenos Aires y a sus familias:
ResponderEliminarÉsto es tan reciente que aún no sé muy bien cómo hacerlo.
Mis blogs, sobre todo Meiga Noite de Lúa, son seguidos por mucha gente que vive en Argentina, varias personas de Buenos Aires. Hace pocas horas he sabido del gravísimo accidente en Flores y como muchos de mis seguidores viven allí, quisiera haceros llegar mi pesar por lo sucedido, mis condolencias a las familias de los fallecidos y mucha fuerza y ánimo a los heridos y todos sus familiares y amigos. Quisiera que esto no hubiera ocurrido; en la mente planean no ya por la forma, sino por el resultado, los recuerdos del 11-M en Madrid, fecha y hechos en que casi pierdo a mi mejor amiga, pero no es por mí el dolor que siento, sino por toda esa gente que se está viendo afectada. También tengo algunos familiares en la ciudad y aún no he podido contactar con ellos.
Ánimo a todos. Sí, yo nací en Buenos Aires, y aunque también soy española, en estos momentos me tira fuertemente todo lo de dentro de mi ser que sigue "viviendo" con todos ustedes. Un fuerte abrazo...
Carmen.
buen relato carmen.....aunque yo no crea en estos fenòmenos....me ha gustado tu blog...un saludo
ResponderEliminarfus
pd...espero que en el accidente de argentina no estè ningùn familiar o conocido tuyo
Que pena pobre Toñino !!
ResponderEliminarSabes Carmen tu relato me trae a la memoria muchas conversaciones con personas mayores y muy mayores de Ponte-Caldelas y Redondela que aún las tengo vívidas en mi mente.
Un beso con retraso mi querida Carmen me voy al siguiente relato.
Pd.- Por supuestísimo mis mas sentido pésame para las familias argentinas por este catastrófico accidente.