No sé de qué te extrañas, le dije a mi madre.
La verdad es que conociendo a mi prima, aquello no me sorprendía en absoluto. Era escuchar la historia y venirme a la cabeza un completo “manual de fechorías” infantiles y juveniles, recuerdos de travesuras (algunas incluso finamente maquiavélicas) que merodean por mi memoria desde aquella época; y su niño más pequeño ha salido calcado a su madre.
Tampoco es para tanto, sentencié en silencio. No valía la pena decirle nada más cuando ella hablaba de aquella manera.
"Se fueron él y un amiguito al centro comercial. Uno llevaba una guitarra vieja y el otro un tambor de plástico de esos de juguete, ya sabes... Se colocaron junto a la puerta principal, al lado del tenderete del señor que vende la bisutería, y empezaron a tocar. Al poco tiempo, un guardia de seguridad llegó y los quiso echar de allí.
- Déjelos estar, que no hacen mal a nadie y son muy simpáticos...
El guardia hizo caso al vendedor.
Ellos siguieron con su concierto. Delante habían puesto un cestillo y una cartulina en la que habían escrito: necesitamos dinero para clases de música.
Y la gente pasaba ¡y les dejaba monedas!"
Mi madre hasta se emocionaba contando la historia. A mi, cada vez me parecía más ridícula, como si hubiera sido (y no dudaba de ello) la escenificación de algún chiste que alguna vez había oído contar a algún familiar, una anécdota más que la hacían pasar por realidad.
Quizá “desencanto” sea la palabra. A ellas les hace gracia, para mi es un juego de niños, nada más. De tal palo, tal astilla, y este crío lo lleva en la sangre. A ver si se ríen así tanto dentro de unos añitos, cuando repita a pies juntillas todas las que hicieron llorar y llevaron a la tumba, primero a uno, luego a la otra, a sus abuelos, los padres de mi prima.
La verdad es que conociendo a mi prima, aquello no me sorprendía en absoluto. Era escuchar la historia y venirme a la cabeza un completo “manual de fechorías” infantiles y juveniles, recuerdos de travesuras (algunas incluso finamente maquiavélicas) que merodean por mi memoria desde aquella época; y su niño más pequeño ha salido calcado a su madre.
Tampoco es para tanto, sentencié en silencio. No valía la pena decirle nada más cuando ella hablaba de aquella manera.
"Se fueron él y un amiguito al centro comercial. Uno llevaba una guitarra vieja y el otro un tambor de plástico de esos de juguete, ya sabes... Se colocaron junto a la puerta principal, al lado del tenderete del señor que vende la bisutería, y empezaron a tocar. Al poco tiempo, un guardia de seguridad llegó y los quiso echar de allí.
- Déjelos estar, que no hacen mal a nadie y son muy simpáticos...
El guardia hizo caso al vendedor.
Ellos siguieron con su concierto. Delante habían puesto un cestillo y una cartulina en la que habían escrito: necesitamos dinero para clases de música.
Y la gente pasaba ¡y les dejaba monedas!"
Mi madre hasta se emocionaba contando la historia. A mi, cada vez me parecía más ridícula, como si hubiera sido (y no dudaba de ello) la escenificación de algún chiste que alguna vez había oído contar a algún familiar, una anécdota más que la hacían pasar por realidad.
Quizá “desencanto” sea la palabra. A ellas les hace gracia, para mi es un juego de niños, nada más. De tal palo, tal astilla, y este crío lo lleva en la sangre. A ver si se ríen así tanto dentro de unos añitos, cuando repita a pies juntillas todas las que hicieron llorar y llevaron a la tumba, primero a uno, luego a la otra, a sus abuelos, los padres de mi prima.
Hola amigos:
ResponderEliminarDe vez en cuando rompiendo el silencio, porque no me olvido, porque sigo aquí, aunque apenas me deje ver...
Gracias por los comentarios y las visitas al blog, por los mensajes privados, por la preocupación. La vida tiene etapas que hay que pasar, aunque hubieramos querido que fueran las cosas de otro modo.
Hoy os invito a leer "De casta le viene al galgo", dedicada con todo cariño a mi prima, y porque algo (o el destino) ha querido que nos sintamos más unidas.
¡Biquiños!
Carmen.
Bonito relato, Carmen, muy entrañable, muy familiar. Todos aquellos que tenemos una familia grande -por un lado, por otro o por los dos- hemos vivido historias similares.
ResponderEliminarUn abrazo y aquí estamos, esperándote.
los niños tienen muchas veces una inocencia maquiavélica que en un despiste el adulto pasa por alto. besos.
ResponderEliminarInocentes e inteligentes niños
ResponderEliminarmuy tierna historia
Un abrazo
vaya, no sé que pensar, la anécdota me da casi ternura pero el final es tan amargo..
ResponderEliminarbesos,
Nena estas malucha????te estoy leyendo porque hace un monton que no me paseo por los blogs. Entre el verano y ahora pintando la casa...no tengo tiempo para nada. Tú relato me encanto por la dulcura de la juventud y lo tierno de los niños...el final..me descolocó:):)
ResponderEliminarMillll besitossss espero que no sea nada lo que tengas...
Una travesura divertida pero con un final amenazador pareciera.
ResponderEliminarCuídate mucho Carmen.
Como me recuerdan mis años de juegos, de guitarras, de bailes, de conocer chicas....ufffff...que buenos recuerdos Carmen.
ResponderEliminarMe alegro que estès bien y que todo camine por el sendero de la normalidad.
un fuerte abrazo
fus