26 mar 2012

Bajo su sombra

En lo alto de la colina se mostraba al mundo un hermoso roble. El sol, el viento, la lluvia... todos los elementos lo admiraban y respetaban como grandioso y noble ejemplar que era. Otros árboles tenían que conformarse con lugares menos favorecedores. Pero las cosas eran así, y así tenían que ser. Sin embargo, aquel roble escondía en sus entrañas círculos de cortezas de su pasado que le atormentaban y no le abandonaban ni en los malos, ni en los buenos momentos.


Una hermosa primavera quiso regalarle compañía al robusto roble. A sus pies, a sus raíces, brotó la simiente y, bajo su protección, vio la luz un pequeño árbol, roble hijo, que fue creciendo y salvando las estaciones, una a una, con sus tormentas y sus sequías. Bajo su sombra, el pequeño se sentía protegido y, en su ser, la admiración se convirtió en devoción. Afloraron sus genes y le llevaron a imitar el comportamiento y la actitud del poderoso señor de la colina, día tras día, año tras año... Cada vez se parecían más...

Otras primaveras regalaron otros pequeños al gran roble, los que también crecieron a su lado, un poco más abajo que aquel primero, pero no tan lejos como para no sentirse del mismo modo atraídos por su grandeza y, tal y como ocurriera al primero, de dentro de ellos fueron saliendo cualidades que reflejaban su origen. La sombra de vez en cuando también los cubría, aunque éstos, quizá, pudieron disfrutar un poco más del calor y la luz que el sol, algunas veces, les brindaba.

En la colina crecieron abiertos al mundo los cinco robles. Las tormentas no eran nada en comparación con el dolor que el gran roble seguía guardando en su interior. Y, así, cada tanto, cuando los demás árboles no se fijaban, se extendía la fría sombra que cubría a los más jóvenes y como astillas sueltas se clavaba en sus cortezas... hasta llegarles muy hondo. El primero de ellos, por ser el más cercano, recibía las dosis más fuertes. Los otros tres se iban librando algunas veces... Así pasaba la vida y pasaba el tiempo...

Un tórrido verano impenitente, el gran roble, viejo y cansado de tanto sufrir, se olvidó de sus hojas, sus ramas y sus raíces; se abandonó al olvido, y se olvidó de seguir viviendo. Dejó de sufrir y se secó por fuera y por dentro para siempre. La fría e hiriente hoja de una sierra, a falta de hoz que con él pudiera, atravesó su tronco y dejó libre el paso a la lluvia, al viento... y a la luz del sol, que ya nunca más pudo volver a dibujar el contorno de su sombra.

Quedaron, entonces, cuatro huérfanos robles, ya no tan jóvenes, retratando sus perfiles en el horizonte, allá, en lo alto de la colina. El mayor de todos aún se siente bajo la sombra de aquel que fue su progenitor. Cual miembro recién amputado, percibe allí su presencia, aunque ya no pueda verlo. Ahora no sabe muy bien si es él mismo, o si es el otro. Desorientado y algo perdido, no es capaz de evitar el frío interior que vive dentro de su tronco, con surcos sangrantes que le van recordando las tormentas heredadas. Querría ser como él, como el gran roble, el admirado, el respetado... como aquel a cuyo lado había nacido, crecido... y cuya sombra, muy a su pesar, ha recibido en obligada herencia que no puede rechazar. No se atreve a mirar al sol, ni a dialogar con el viento, ni a cantar fados a coro con las lluvias... Tan solo quiere seguir apretando con fuerza sus raíces en la tierra; tan solo espera que, algún día, la cálida savia de alguna tibia primavera fluya por sus vasos internos, y que alguna pareja de humanos se le acerque, dibuje un corazón en su corteza y se vaya por siempre ese frío que le aterra...

Pasa el tiempo, y a pesar de que se va y sigue marchando, él quisiera que fuera un sueño; alberga ilusiones y esconde esperanzas aferrándose a sus raíces. Que no sean vanas..., susurra al aire; que este frío se vaya..., escribe a la niebla en dolorosas palabras; ¿por qué este tormento?, se calla desgarrado cuando la savia le araña las entrañas. Y es que, aunque no lo vea, aunque sabe que no está, cuando el sol se levanta cada mañana, sigue sintiendo intensa, dura y fríamente que su vida transcurre bajo su sombra.

Mientras tanto, el tiempo sigue pasando, silba el viento, llora el cielo, brilla el sol algunas veces, juega la luna algunas noches... Los tres robles jóvenes, poquito a poco, van extendiendo sus ramas, rompen brotes, abren hojas de una en una, y van redibujando, como si nada pasara, el paisaje verde de la verde colina.


14 comentarios:

  1. Hola amigos:

    Recuperando fuerzas después de una semana demasiado ajetreada, por aquí de nuevo con ganas de recuperar también algunas rutinas.

    Quiero dar las gracias a todos por las visitas, lecturas y comentarios en "Volver", cuya publicación me parece en estos momentos el preludio a una serie de reencuentros que fueron surgiendo estos días sin siquiera haberlo podido prever. Curiosas formas que adopta el pasado para presentarse y recordarnos que, alguna vez, existió...

    Pero lo que en realidad sí tenemos es el presente. Quiero dedicar mi nuevo post "Bajo su sombra" a un amigo de la infancia de quien he tenido noticias en estos días, cuando ya pensaba que no volvería a saber de él, y más después de tantos años... Os invito a leerlo.

    ¡Biquiños!

    Carmen

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  2. Roble; Humano; seres vivientes y ve como la vida va pasando a su alrededor, así año tras años y se van sucediendo en un carrusel de momento, sin final.

    Bonito relato. Muy bueno.
    Saludos, manolo

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  3. Cuando a pesar de la descendencia , el roble se olvida de que es roble , es pasto de la primera llamarada.
    Hermoso tu relato donde muy bien se personifica a un roble.
    besos

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  4. El proceso de nuestra vida, personificado en una familia de robles.
    La existencia que transcurre, llena de fuerza y energía primero, reflexiva y equilibrada en una época y el camino del ocaso, para dejar paso a las nuevas generaciones.
    Un estupendo relato.
    Un abrazo.

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  5. Hermosa metáfora de la vida, Carmen, con sus penas, sus alegrías y sus recuerdos.

    Un abrazo,

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  6. A mí me dejó triste, tal vez a causa de cuestiones personales, pero esta metáfora me provocó una inmensa congoja, principalmente cuando el roble se abandona.
    Posiblemente tenga que reconducir todo a la frase "es la ley de la vida", pero hay algo que hoy (tal vez sólo hoy) no me satisface.

    Ya te respondí allá, pero quiero decirte que nadie detenta el título de escritor. Te aseguro que respeto tanto un texto de Murakami como el de un colega de blog. Cuando me gusta... y cuando no, también mi "queja" les cae a ambos.
    Un beso enorme.
    HD

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  7. Sencillamente hermoso, Carmen.

    Por aquí te dejo mi siempre abrazo y el deseo de una linda semana

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  8. los seres humanos, siempre necesitados, terminan por hacer daño todo lo que tocan, y muchas veces de manera irreversible. besos.

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  9. Has relatado un trozo de la vida tal y como va sucediendo. Esta metàfora me hace reflexionar como las fuerzas nos van dejando y nuestros hijos crecen a la par que nosotros envejecemos. Ley de vida.

    un abrazo

    fus

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  10. Hola Carmen, estupenda metafora de la vida del roble y su descendencia.
    Un abrazo

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  11. Todo comeza e todo remata, e no camiño, outros que comezan que tamén han de rematar. Todos pillan a herdanza do que se foi,a esperanza, e as veces ...a sombra.De roble a tallo, pero eu vexoo fermoso, como ti mo fas ver. Ata a roble sombra percibo.
    Saúdos

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  12. Paso a saludarte para hacerte participe del entusiasmo que me invade el corazón durante estos días. En la tierra que me ha visto nacer, crecer y desarrollarme como persona...¡¡Asturias!!

    Cuando pasen las fiestas y regrese a mi habitual paisaje canario, volveré a abrazar la calidez de las letras, para seguir derramando los sentimientos archivados en aras del pensamiento.

    Te dejo…

    El sabor de un viejo abrazo

    y un beso sin rubor.

    María del Carmen


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  13. Hola Carmen, me ha dejando pensativa tu relato, y la verdad es que me gustó la manera en la que describiste cada momento, cada sentimiento del roble, pero me puse un tanto triste, porque la verdad es que los humanos muchas veces somos demasiado indiferentes ante el dolor y sufrimiento de otros seres vivos, y a veces olvidamos que las plantas, árboles y demás también sufren de los tormentos causados por el hombre.

    Saluditos

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  14. Bello relato como siempre Carmen, te dejo mi abrazo.

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